lunes, 5 de mayo de 2008

Diego y Glot


Puchas que me gusta Diego y Glot. O me gustaba, debería decir. Hasta donde sé, no lo repiten en la programación actual. Por lo que he leído, se supone que en el 2007 vendría una nueva temporada y una película (para cosechar la fama de Pulentos), cosa que nunca fue. Parece que el ponerle atención al público infantil pasó de moda, o al menos fue reemplazado por el modelo Amango. Lo que me entristece, ya que ese es un modelo exportado de USA (High School Musical y demás) y dudo que veamos tanta personalidad en esos programas como la que se veía en la generación 31 Minutos.

En corto: Diego y Glot se trata se las desventuras de la familia Plá Perez, exponentes clásicos de lo que podríamos llamar chilenos medios. Viven en un barrio que podría ser cualquiera entre D y C2, tienen un auto chico pero fiel, se reúnen en familia (y vecinos) para el Clásico. El protagonista es Diego, niño de 10 años, y su perro verde Glot. ¿Por qué es verde? Nunca se explica… sería el elemento realista mágico, el único por suerte. Se retratan sus vecinos, sus amigos del colegio, y las cosas que le pasan, típicas y no tanto de los cabros de 10 años.

Lo que nos lleva al tema: ¿Por qué me gusta tanto? (y el tema secundario: ¿Porqué vale la pena escribir sobre unos monitos animados acá?) Y yo diría: por la capacidad de los creadores para representar la realidad nacional (bueno, santiaguina). Todos los detalles son algo que hemos visto o vivido: desde el liceo semi-subvencionado Pablo Neruda hasta el tipo que camina por Ahumada con 35º encima y revienta. Diego y Glot está repleto de lo que podría llamar idiosincrasia. Y no es la típica idiosincrasia despectiva que muestran los chilenos cuando crean algo, sino una idiosincrasia hecha con cariño.

También está la representación de nuestros íconos Pop: podemos ver a Don Francisco, a los Prisioneros, al perro Lenteja, a Pedro Carcuro, y un largo etc. de personajes de la memoria colectiva. Toman el ejercicio pop de recolectar modos, prácticas, símbolos y empaquetarlos como testimonio de su existencia, y lo hacen con éxito. Se cuenta la historia que no saldrá nunca en los libros de historia, y que es igualmente importante.

En el debate sobre la cultura chilena y cómo los malvados gringos nos la quitan, por lo usual se refiere a la cultura desde el punto de vista humanista, o sea la producción cultural de alto valor reflexivo y emocional (y que sea buena también). Nadie considera a la cultura en el sentido de las ciencias sociales, como las cosas que vemos y practicamos en la vida cotidiana. Pues sepan que la cultura son todos esos símbolos, lugares comunes y referencias. Nuestra alta cultura es escasa, y nuestra cultura popular se reduce a la producción de los años 60’ y 70’ .Saludo a Diego y Glot por haber hecho un ejercicio diferente, y que nadie se atreve a hacer: decirnos que Sábados Gigantes y Don Graff son también cultura.

En la serie otro tema presente es la competencia de “lo chileno”, inmerso en un contexto de imperialismo cultural (ya se imaginarán de donde). Y no, no se hace a través del típico ladrillazo nacionalista-revolucionario. El mensaje se encuentra en los detalles: en la frase que exclama Diego al final de un episodio (“al final, prefiero chilito… ¡Mira papá, un mall!), en las “sopaipillas a domicilio y con salsa BBQ”, en el paseo a la Nasa Shile (sic), son casos y cosas que se captan y divierten por lo verídico de la situación. ¿Es una transformación truculenta? No lo creo. Más que una competencia, se trata de una relación simbiótica. Es lo que nuestros defensores de la cultura siempre olvidan: que al final todo esto es una transmutación, un juego donde las prácticas pasan de una civilización a otra y se transforman, desfiguran y renacen con otros nombres[1]; muy contrario a la imagen mustia y estática de los defensores de la cultura, quienes creen que la capacidad de crear dejó de existir en Chile hace 30 años.

Aunque nostálgico en su contenido (la infancia de Diego se parece harto más a la mía que a la de su público objetivo), Diego y Glot tiene una sinceridad y positivismo hacia lo que somos y lo que seremos.


[1] Miren el caso Japón: después de la segunda guerra, absorbieron como esponja casi todas las costumbres norteamericanas; hoy en día tienen unos objetos culturales tan idiosincrásicos que son pocos los que entienden cual es su parada.

3 comentarios:

Andrés Sanhueza dijo...

Pero Don Graf es un personaje norteamericano. McGruff se llama originalmente.

Vicente Vadich dijo...

Estimado, ese es exactamente el punto. Cuando se importa a McGruff, se hace necesario el transformarlo y localizarlo. Ya sea en su lenguaje, en sus consejos (porque los patrones que llevan al consumo de drogas no van a ser los mismo en Chile y USA) o en su marketing, la transición cultural requiere que sea chileno. Así como el viejo pascuero es un personaje de la mitología germánica, o la esvástica es un símbolo hindú.

Se viste como McGruff, piensa como McGruff, pero NO es McGruff. Es Don Graf.

Anónimo dijo...

yo creo que todos somos gay