miércoles, 16 de enero de 2008

Nietzsche y el hombre promedio


(ensayo que hice para un ramo y que tenía ganas de compartir hace tiempo. Disculpen la densidad inusitada)

Hace unos días[1] participé en un Focus Group. Oyendo a mis colegas notaba como sus actitudes correspondían a lo que podríamos llamar jóvenes promedio. Y sin embargo, sus experiencias e historias hablaban de acciones que distan bastante de lo que podríamos considerar como “promedio”: más de un auto en la casa, consumo de cigarros de marca como Marlboro, fiestas en patios grandes con piscina, etc.


Algo similar me suele suceder en la Universidad. Conozco una multiplicidad de personas que por sus antecedentes materiales, experiencias y actitudes distan bastante de lo que se podría llamar “promedio”, y sin embargo, ellos insisten en sentirse pertenecientes al sector medio. Como ejemplo de esta distancia entre concepción de uno mismo y la realidad, recuerdo la cita de uno de los jóvenes en el Focus Group:


“Clase media… Ñuñoa, La Reina…”


Según datos estadísticos, lo que deberíamos considerar como clase media corresponde al sector C3, con un ingreso promedio de $540.000. Sin embargo, lo sociedad los considera como clase media baja. Su lugar lo ocupa el sector C2, con promedio de $1.000.000.[2] Es realmente curioso notar que, incluso dentro de las categorizaciones generadas por expertos en ivestigación, lo que se denomina “nivel medio” no corresponde con la realidad.


El espectro de lo que se considera como “clase media” siempre ha sido especialmente difuso en Chile. Si se le pregunta a dos personas acerca de a qué sector socioeconómico pertenecen, una residente de La Reina y otra en Estación Central, es bastante probable que respondan lo mismo, a pesar de las diferencias en situaciones, contexto social, ingreso, profesión, etc. Existe un cierto afán por pertenecer al grupo de los promedios. Existen numerosas formas con las que uno se autoproclama como promedio: “del pueblo”, ”roto”, cierto afán por pertenecer al grupo de los promedios. Existen numerosas formas con las que uno se autoproclama como promedio: “del pueblo”, ”roto”, “guachaca”, “normal”. Mi pregunta es por qué está manía de bajar (o a veces subirse) el perfil, persiguiendo el pertenecer a un grupo en que no se poseen las propiedades mismas.


Genealogía de la clase media


Podemos rastrear la fascinación por la clase media en varios sitios. En Europa, fue el surgimiento del pequeñoburgués, personaje que describía en su forma de ser y vivir las contradicciones de la modernidad. Autores como Enrik Ibsen dedicaron su obra a desentrañar los misterios, anhelos y temores de este grupo.


Donde la clase media alcanza un status de perfección en cómo se define, es en la imaginería de la Norteamérica de los años 50 y 60, como parte integral del American Way of Life. Cada elemento es caracterizado a la perfección: la pipa de tabaco, los sweaters, el pan tostado y el café por las mañanas. Cada país tiene su propia definición y denominación acerca de lo que consiste en pertenecer al estrato superior (cheto, fresa), y cada país le adjunta cualidades exclusivas y la gran mayoría siente un odio casi innato por esta representación.


En Friedrich Nietzsche encontramos motivos por los que la sociedad se constituye así: la moral de esclavo. Partiendo desde el inicio:


“En todas partes, “noble”, “aristocrático” en el sentido estamental, es el concepto básico a partir del cual se desarrolló luego, por necesidad, “bueno” en el sentido de anímicamente noble”, de “aristocrático” de “animícamente privilegiado”: un desarrollo que marcha siempre paralelo a aquel otro que hace que “vulgar”, “plebeyo”, “bajo”, acaben por pasar al concepto “malo.”[3]


En un principio, el mundo, lo que era comprendido como bueno y deseable, era definido por las clases superiores. Lo que era bueno era lo que provenía de ellos, indiscutiblemente lo pensaban así. El noble era el portador de la verdad. Por contraste, lo considerado como malo era lo que era externo a ellos: frente a la valentía, existía la cobardía; frente al honor, existía el deshonor. Y quienes solían recibir esos adjetivos eran justamente la oposición de los nobles: el vulgo.


El cambio, según Nietzsche, ocurre con la propagación de la moral judeocristiana dentro de la sociedad europea. Mientras que en la antigüedad la moral la definía el noble (cuya nobleza se asociaba con la capacidad guerrera), la moral judeocristiana es definida por el sacerdote, quien conforma la casta suprema en la tradición judaica. Para el sacerdote, la distinción fundamental se encuentra entre lo puro y lo impuro, siendo lo puro lo deseable y lo impuro lo condenable. Surge esto como opuesto a la vida de excesos de la aristocracia.


Los sacerdotes son, como es sabido, los enemigos más malvados -¿por qué? Porque son los más impotentes. A causa de esa impotencia el odio crece en ellos hasta convertirse en algo monstruoso y siniestro, en lo más espiritual y venenoso.[4]


El acto de transvaloración es, según Nietzsche, un acto de venganza por parte del pueblo judío, caracterizado por su impotencia. Como resultado de la transvalorización, lo puro se transforma en lo bueno. Y son justamente los miserables, aquellos que por tanto tiempo sirvieron de antítesis para el noble, quienes poseen los valores correspondientes a lo bueno. Y si el sentido antiguo de bueno era de actividad, de tomarse al mundo, este nuevo sentido es pasivo; el bueno es quien se refugia del mundo, quien se prohíbe ciertas conductas inapropiadas. Esta es la moral del esclavo, que se fabrica a partir de la negación de la vida y de los excesos (representados apropiadamente por las clases dominantes). El mundo moderno, entonces, con su democracia y sus derechos del trabajador y sus cuestiones sociales, es un mundo construido a partir de la moral de esclavo.


Dentro de nuestro contexto, ciertamente es difícil hablar de una moral sacerdotal. Nosotros los chilenos somos muy distintos en nuestro comportamiento a los europeos del siglo XIX. Nos encontramos lejos de calzar con el modelo de rectitud, de virtud y templanza del cristiano. Ciertamente lo alabamos, cuando es otro quien lo pone en práctica; pero la mayoría, el promedio, se encuentra lejos de obrar en ese sentido. Sin embargo, es posible comprobar que, efectivamente, nuestra moral está impregnada de un resentimiento hacia quienes son considerados como superiores. El “plebeyismo del espíritu moderno[5] sigue con vida.



continuará...



[1] Ahora serían meses

[2] http://www.novomerc.cl/opinion.html

[3] Genealogía de la moral, pg. 40

[4] Ibíd., pg. 46

[5] Ibíd. , pag. 40

1 comentario:

Anónimo dijo...

jelou nico,
muy bonito.
juntémonos D=