jueves, 22 de noviembre de 2007

Una serie de eventos desafortunados (iguales TODOS los días)

“Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.”
-Julio Cortázar (Instrucciones para subir una escalera)

La etnometodología es una postura sociológica sumamente interesante. En los términos más básicos posibles, es como si Seinfeld hiciera sociología: lo que interesa son las actividades más básicas del hombre cotidiano, como vestirse, usar un medio de transporte público, o entablar conversaciones con otros, observare el sentido (o sinsentido) de estas. La etnometodología se basa en el supuesto de que todos los seres humanos tienen un sentido práctico con el cual adecuan las normas de acuerdo con una racionalidad práctica que utilizan en la vida cotidiana.

Un estudio etnometodológico consiste en tomar un acto corriente y encontrarle un origen y/o un sentido. La mejor forma de observar esto es crear condiciones extremas que irrumpan el acto rutinario. Si voy a un kiosco e intento pagar mis cigarros con dinero de Turista Mundial, lo que hago es irrumpir la cohesión del sistema sumamente complejo de la transacción de material simbólico (plata) por productos. Lo que se hace es desvelar la fragilidad detrás de la acción diaria, ver cómo nuestras acciones más simples son resultados de complejos procesos adaptados para a comodidad de todos nosotros. Estos análisis nos permiten dar cuenta de la importancia de la rutina para la vida moderna.

Siendo especial cariño por esta corriente porque mantiene viva la necesidad de preguntarse por el porqué de las cosas, esa famosa curiosidad de la que tantos científicos alardean. Además, explora en lo complejo que es el organismo social, cosa que se olvida con facilidad cuanto nos mantenemos inmersos en nuestras rutinas.

Si existen dudas acerca de la importancia de estas reglas no escritas, sugiero que hagan un viaje en Metro. Es un sistema de transporte que, a pesar de tener más de 30 años de actividad, fue sólo con el Transantiago que pasó a ser un medio “popular”. El Transantiago significó la llegada de todo un nuevo grupo de usuarios que desconocían el medio; otros tantos que usaban el Metro de forma esporádica tuvieron que hacerlo parte de su vida cotidiana. Como resultado, la experiencia del Metro hoy es una caótica, donde enjambres de personas se mueven sin un sentido alguno de coordinación. Cambiar de línea es todo un espectáculo: gente tratando de atravesar a la mayoría porque se dirigen en otro sentido, gente corriendo para ser los primeros en subir a la escalera eléctrica, largas colas para subir la misma (porque obviamente usar las escaleras normales es para imbéciles). La falta absoluta de rutina crea una situación en la que nadie sabe con certeza cómo debe comportarse, y acaba dándo rienda suelta a sus prioridades personales (muchas veces a costa del resto)[1].

Tomemos, para nuestro análisis etnometodológico, el acto de subir la escalera mecánica. Poseo recuerdos de un viaje a cierto país primermundista, de cuyo nombre no quiero acordarme. No existía ningún tipo de cartel, pero todos los transeúntes sabían que, al subirse en una, deben situarse a un lado si quieren permanecer inmóviles, y al otro lado si quieren usar las piernas para subir más rápido. Allá el metro llevaba décadas de actividad, por lo que las “reglas del metro” estaban altamente definidas y operantes, y el romperlas implicaba ser el centro de atención; acá tendría que viajar en ropa interior para llamarla así. Las reglas sociales son tan reales como las escritas, y poseen consecuencias; entre ellas está el deseo colectivo de linchar al infractor.

Me dediqué a buscar algún documento en Internet. ¿Las normativas sobre el subir en escalera eléctrica tienen algún tipo de procedencia legal, o es una regla consensuada de los usuarios? Lamentablemente, no encontré nada al respecto. Otro punto de partida sería investigar sobre el universalismo de esta regla no escrita. Hasta donde he averiguado, la distinción es la siguiente: en America (del norte), se camina en la mitad izquierda y se mantiene detenido en la derecha. En Europa es a la inversa. Aunque no existe consenso único, es de utilidad notar que crea una diferenciación clara en distintas culturas: la europea o norteamericana. También podemos decir que acá usamos el “modelo norteamericano”.

Ahora bien, “usamos” es un tecnicismo: en realidad son los directivos del metro quienes han decidido indicarnos con cartelitos que la izquierda es para caminar y la derecha para estar parado. Esto es un ejemplo claro de esa tendencia siempre presente en Latinoamérica, de élites que imponen reglas y creen que la gente las va a seguir sólo porque ellos dicen. Y como siempre, simplemente no funciona. Como resultado, los transeúntes se para en la izquierda y en la derecha sin diferenciar; o se ponen uno a cada lado, imposibilitándole el paso a quienes tienen prisa. Varias veces he tenido que zigzaguear en días de prisa. Cuando se tiene una regla social, uno se siente en todo el derecho a recriminar a los infractores. Más, en una situación de anarquía social, ¿qué es lo que podemos hacer?

La única solución es el tiempo. Las reglas sociales se afianzan por medio del uso y de la costumbre. Imponerse de otra forma conllevará al fracaso. Hasta entonces, sólo queda dejarse llevar por la marejada de transeúntes.



[1] Dedico este párrafo a las viejas de mierda que se pegan a las puertas en las estaciones terminales, esperando una próxima oportunidad para irse sentadas. El respeto hacía los mayores NO es otorgarles cualidades sociales casi omniscientes.

1 comentario:

Cy dijo...

no me digas q te me adelantaste y tenes un made in china en el trasero =(