domingo, 11 de noviembre de 2007

Todas íbamos a ser reinas


Arriesgando parecer tonto, un escritor a veces necesita simplemente pararse en algún lado a fin de mirar boquiabierto y asombrado esta u otra cosa, una puesta del sol o un zapato viejo”
-Raymond Carver

Lo diré tan directo como me quepa: creo que la literatura comenzó a añejarse en el momento en el que se reconoció como profesión aceptable. Es parte del intento masivo por hacer de todo una profesión respetable, de la manía por academizar al mundo. ¿Quién puede triunfar hoy sin su título universitario?... ¡Jah! Ni siquiera… ¿Quién puede triunfar sin un magíster, doctorado, PhD, honoris causa? ¿Habría espacio, hoy en día, para un provinciano picante de nombre Neftalí?

La academia permite darnos certeza sobre la teoría de tal o cual tipo. Reductora de complejidad luhmaniana, nos da una garantía invisible de que lo que se diga de un tópico determinado tiene un peso objetivo, un estudio anterior, que es un proceso metódico y no balbuceos de un desinformado. En una época en donde cualquiera puede decir lo que quiera, con una serie de herramientas a su disponibilidad para promover sus ideas, nace una necesidad de confianza hacía las fuentes. Por otro lado, la manía por la academia está entre nosotros desde antes de Internet.

Y también es un filtro. Es una maquina por la que se descartan todas las ideas que parezcan demasiado extremas o demasiado locas. La experimentación está bien, siempre que se sigan las reglas de la experimentación, y que no salga del contexto de la academia. El escritor debe pensar, primero que nada, en el qué dirá de sus pares. El filtro de la excelencia también prohíbe de ser publicados a quienes no tienen el financiamiento, las ganas o la disciplina. Lo peor es que este filtro vive en la era de la diversidad cultural y la tolerancia, creando un velo de invisibilidad, donde conviven ideas muy distintas pero que en el fondo llegan a lo mismo.

Y parte de ese profesionalismo es lo que podríamos llamar el autoencierro académico. Si toma una novela escrita recientemente, encontrará que es altamente probable que los personajes compartan un mismo escenario: estudiantes de literatura, escritores profesionales, viejos gurús de la prosa. ¿Dónde quedó la clase media atormentada de Cheever, el lumpen romántico de Rojas? No soy ningún experto en literatura contemporánea, mas no me es difícil notar este progresivo desvanecimiento de escenarios. La literatura de academia comprende que su mayor público es la academia misma, y que tratar de abrirse al mundo es tiempo perdido. Y lo mismo podría decirse de cualquier forma de cultura no best-seller.

Sucede también el caso contrario, que es cuando se hace una búsqueda casi irrisoria por nuevos valores literarios, en los rincones más absurdos de las categorías humanas en sociedad. Ya sea entre el mayor estado de miseria humana (cof cof Divino Anticristo) o entre los proclamados superdotados o adelantados (alguien recordará el caso de Melissa P.). Pero la verdad es que son sólo anécdotas, humoradas para recordarnos que el camino auténtico es único. ¿A quién le ha cambiado la vida los escritos del Divino? ¿Quién se acordó de Melissa, una vez que cumplió los 18?

Entre más en serio se toma una forma de expresión humana, más presiones externas sufrirá: del mercado que quiere cumplir su cuota, de los críticos que auguran que todo lo de interés ya está hecho, de los patrocinadores que esconden su odio hacia lo nuevo como profesionalismo, de los creadores que prefieren trabajar en un mundo estable. Quizás por esto es que suelo mirar con tanta estima a la forma de expresión humana más subestimada en la actualidad: los videojuegos. Historias como la de Yu Suzuki (importante diseñador de Sega), que persiguió la carrera de programación porque no logro pasar el examen de la escuela de odontología; o Goichi Suda (enfant terrible, suerte de Takashi Miike del píxel), que trabajó por varios años en una morgue[1], son cada vez más escasas entre los literatos y los directores de cine. Es aquí donde el ojo está tan poco puesto, que es posible arriesgarse como solía hacerse

[1] Los norteamericanos poseen caminos más tradicionales (estudios en ingenieria, computación, etc) pero no por ello debe desmerecerse su valor como pioneros. Muchos de los hombres poderosos en estos medios siguieron el modelo de “rags to riches”

1 comentario:

jimmy tails dijo...

Melissa P. pffffff, una pobre Lolita descarriada, y si es que le alcanza pa Lolita, aunque no creo...

wena wena socio, jaja

buen viaje este que me pegué al leer tu escrito.... wow, sentí como que tenías que decir un montón de cosas, pero fue como demasiado comprimido.

tienes razón con lo de la academia... pero igual pienso que hay de todo,e scritores para todos los gustos, Vilas-Matas y Pedros Juan Gutierrez... ah si... y Bellatines, q tienen fascinación por la experimentación (ahora si él está dentro de la academia o no, no lo sé) Pero todo esto yo creo que también habla de una liberación del escritor, que sabe ahora que puede dirigirse al público que quiera, que no está obligado a nada... y eso habla en favor de esta era, la de la libertad de expresión y todo el cuento, ja.
En fin..

Saludos

Suerte en todo

JH