-Alan Moore (Watchmen)
Soy de la clase de personas que creen en los valores principales que nos inculcan desde niños, pero que por la literatura que recorro, veo temblar los fundamentos detrás de ellos. Primero, vi lo poco importante que resultaban para el resto del mundo; cómo eran aplastados, partiendo desde mis seres más cercanos y queridos.
Luego vino una revelación más terrible aún: su origen como movimiento redentor de los poderosos. ¿A quién le tocaba dictar lo que era bueno y lo que era malo? ¿A quién le daban la última palabra en cuánto a qué se debe tomar por verdadero? Ellos, los invisibles, los que se elevan por encima de las nubes y dictan el curso de la historia, la nobleza y la verdad. Y los demás, al jugar con sus reglas (lo que bautizaron como “juego limpio”), nos asegurábamos el no movernos de nuestras ajadas sillas.
Pero pronto vendría lo peor. Porque por muy invento que fueran estos valores, ahí estaban, disponibles para quien quisiera usarlos como leitmotiv de su existencia. Y entonces fue cuando van y me dicen que, en la historia de la humanidad (entre comillas), nunca existieron. Al contrario: los grandes imperios, los príncipes de reinos olvidados y recordados, los pobladores humildes y orgullosos, todos ellos subsistían a través del odio, del orgullo, del resentimiento y del egoísmo.
Y mi experiencia en la vida cotidiana no hacía más que confirmar lo aprendido. Yo vivía en un mundo absolutamente ficticio, donde la mayoría de sus habitantes trabajan por el bien, y en general las reglas funcionan. Al crecer entré a este nuevo mundo, forjado en la mentira y en el vicio. Donde confiar en la persona equivocada puede significar una caída. Donde eres desechable y reemplazable, y la vida sigue girando en tu ausencia. Donde el ladrón, el tramposo y el tirador resultan victoriosos. Y ese fue el peor asalto de todos: ver que los viejos escondidos en sus libros apolillados tenían razón, y que yo no tenía nada en que afirmarme.
Pero, citando a uno de mis asesinos, “Lo que para una naturaleza es veneno, para otra es una molestia”. Y si el mundo de afuera no se guía por lo que creo, entonces haré de MÍ mundo un santuario de la verdad en mis términos. Y quien quiera seguirme es libre de hacerlo.
La verdad es poco más que una mentira muy bien contada. Y quien sea un eximio narrador, podrá construir la verdad a gusto. Tal vendría a ser mi secreto particular, y si por casualidad (¿causalidad?) a un paseante le hace sentido, pues adelante, no se detenga.
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