viernes, 20 de julio de 2007

“Mal pero acostumbrau”

"De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro"

- Roberto Fontanarrosa

Mierda, recién empiezo mi labor bloguística y ya estoy escribiendo obituarios. Pero es que cierto hombre se lo merece. Encima que veo difícil que alguien no argentino le dedique unas palabras. Hay algo de heroico en ensalzar y defender la obra de un desconocido.

Ayer, mientras Chile entero se unificaba para entregarse a la loable misión a putear la Argentina entera, yo trasmitía mis pésames (gracias al poder de la telepatía hipotética y los nicks de Messenger) para uno de los autores argentinos más grandes que ha visto el país, y uno de los más difíciles de importar: Roberto Fontanarrosa, quien este jueves 19 falleció por un paro cardiorrespiratorio, producto de la enfermedad degenerativa (esclerosis lateral amiotrófica) que lo consumía desde el 2003. Hombre sencillo como los hay, dedicó su vida a difundir los grandes placeres de la vida: la comedia y el fútbol. De lo segundo mostraba un amor y dedicación que ahora se manifiestan como fetichización y violencia. Tal era su pasión que se presentaba a sí mismo como “escritor, humorista gráfico e hincha de Rosario Central”.

Biografías pueden encontrar en cualquier lado; mi labor es describir las virtudes de su obra (y por qué merecen un sitio dentro de este blog), la que podemos dividir en 4 orientaciones: sus cuentos y sus historietas, las que podemos subdividir en las tiras de una página, las tiras de Inodoro Pereyra, y las de Boogie el Aceitoso.

De los cuentos no puedo hablar mucho, nunca me atrajeron, siempre los sentí como peces fuera del agua. Las tiras de una página hablaban de temas perennes frente al calendario: el fútbol, el arte, la política y el amor. Temas barnizados con una capa de actualidad al hacer referencia a hechos recientes, pero que al sólo ser una cubierta superficial permitían al núcleo mantenerse fuerte. La fórmula común para sacar la risa consiste en mostrar los contrastes existentes en el lenguaje diario, entre el discurso y la realidad. Aquí se perfila en buena parte esa capacidad única para convertir las palabras en un objeto de juego, con las que es posible crear, reciclar y reformar a gusto.

Inodoro Pereyra es su creación más popular (hablando en términos relativos). Cuenta las vivencias de Inodoro, el último gaucho auténtico de la Patagonia, y de su fiel compañero, el perro Mendieta. A través de esta figura mítica, Fontanarrosa recrea la experiencia de la identidad argentina, cómo frente a un mundo de McDonalds y M16s, el hombre se defiende con la matera y la boleadora. A través del humor se reflexiona acerca de qué significa ser argentino, y más importante, qué significa ser argentino dentro del globo; y cómo sortear la falta y la pobreza a través del ingenio. Es también una exaltación hacia la narrativa, sobre el poder detrás del castellano y del “argentino”. Es en Inodorodo donde Fontanarroso se muestra como maestro, donde el lenguaje cobra vida por sí solo y se pasea por sobre nuestras cabezas, capacidad que pocos hispanoparlantes pueden realmente presumir de poseer.

Me guardaba a Boogie para el final; que puedo decir, salvo que es mi favorito. Es extraña la contradicción de Boogie el Aceitoso: es la obra menos conocida de Fontanarrosa y la que más prontamente abandonó, pero es la que más posee potencial para difundir a Fontanarrosa por el mundo. Porque mientras que los trabajos antes mencionados se manejan bajo códigos culturas y de identidad propias de la argentina, Boogie funciona en un contexto universal. Su idiosincrasia toma elementos del film noir americano, de las películas de detectives, policías y ladrones. A través de estos códigos crea un mundo basado en la degradación, una sociedad decantada donde cohabitan drogadictos, psicópatas, mujeres de oscuro pasado (y más oscuro presente) y veteranos de Vietnam. El escenario elegido es Nueva York, icono de la lucha por la sobrevivencia, de la victoria del criminal y el astuto por sobre los virtuosos. Este es un mundo en que la muerte no es suceso, sino anécdota, y los sobrevivientes se adaptan para hacerlo parte del paisaje, un hecho tan banal como las hojas que caen o los humos que emanan del alcantarillado.

En este mundo vive Boogie, mercenario a tiempo completo y epítome del cliché holliwoodense de “tipo duro”. Fontanarrosa logra ajustar su lenguaje a esta nueva situación: si Inodoro es poético, ambiguo y algo melancólico, Boogie es lacónico, áspero y desesperanzado. Es absurdo y sombrío, pero al final resulta una bien direccionada hipérbole de la realidad que nos toca vivir.

Me despido de un genio, que como su compatriota Quino, supo retratar la condición humana en secuencias de dibujitos.



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