- Roberto Fontanarrosa
Mierda, recién empiezo mi labor bloguística y ya estoy escribiendo obituarios. Pero es que cierto hombre se lo merece. Encima que veo difícil que alguien no argentino le dedique unas palabras. Hay algo de heroico en ensalzar y defender la obra de un desconocido.
Ayer, mientras Chile entero se unificaba para entregarse a la loable misión a putear
Biografías pueden encontrar en cualquier lado; mi labor es describir las virtudes de su obra (y por qué merecen un sitio dentro de este blog), la que podemos dividir en 4 orientaciones: sus cuentos y sus historietas, las que podemos subdividir en las tiras de una página, las tiras de Inodoro Pereyra, y las de Boogie el Aceitoso.
De los cuentos no puedo hablar mucho, nunca me atrajeron, siempre los sentí como peces fuera del agua. Las tiras de una página hablaban de temas perennes frente al calendario: el fútbol, el arte, la política y el amor. Temas barnizados con una capa de actualidad al hacer referencia a hechos recientes, pero que al sólo ser una cubierta superficial permitían al núcleo mantenerse fuerte. La fórmula común para sacar la risa consiste en mostrar los contrastes existentes en el lenguaje diario, entre el discurso y la realidad. Aquí se perfila en buena parte esa capacidad única para convertir las palabras en un objeto de juego, con las que es posible crear, reciclar y reformar a gusto.
Inodoro Pereyra es su creación más popular (hablando en términos relativos). Cuenta las vivencias de Inodoro, el último gaucho auténtico de
Me guardaba a Boogie para el final; que puedo decir, salvo que es mi favorito. Es extraña la contradicción de Boogie el Aceitoso: es la obra menos conocida de Fontanarrosa y la que más prontamente abandonó, pero es la que más posee potencial para difundir a Fontanarrosa por el mundo. Porque mientras que los trabajos antes mencionados se manejan bajo códigos culturas y de identidad propias de la argentina, Boogie funciona en un contexto universal. Su idiosincrasia toma elementos del film noir americano, de las películas de detectives, policías y ladrones. A través de estos códigos crea un mundo basado en la degradación, una sociedad decantada donde cohabitan drogadictos, psicópatas, mujeres de oscuro pasado (y más oscuro presente) y veteranos de Vietnam. El escenario elegido es Nueva York, icono de la lucha por la sobrevivencia, de la victoria del criminal y el astuto por sobre los virtuosos. Este es un mundo en que la muerte no es suceso, sino anécdota, y los sobrevivientes se adaptan para hacerlo parte del paisaje, un hecho tan banal como las hojas que caen o los humos que emanan del alcantarillado.
En este mundo vive Boogie, mercenario a tiempo completo y epítome del cliché holliwoodense de “tipo duro”. Fontanarrosa logra ajustar su lenguaje a esta nueva situación: si Inodoro es poético, ambiguo y algo melancólico, Boogie es lacónico, áspero y desesperanzado. Es absurdo y sombrío, pero al final resulta una bien direccionada hipérbole de la realidad que nos toca vivir.
Me despido de un genio, que como su compatriota Quino, supo retratar la condición humana en secuencias de dibujitos.
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