Un problema fundamental de toda ciencia social es justificar porqué merece ser calificada como ciencia. Es una batalla descarnada, presente entre autores, investigadores, profesores y estudiantes. Es también el origen del pleito entre los cientistas sociales y los naturales, y que se reflejan en las concepciones populares. Intentar explicar a cualquiera qué es y qué hace un sociólogo, y en qué se diferencia de un periodista o (¡plop!) un opinólogo no es tarea fácil para nadie.
Estudiar “sujetos” y no “objetos” es un camino pedregoso. Ello por la simple razón de que los hechos ocurren por una conjunción de contextos, motivaciones, etc. El sociólogo debe conocer TODOS estos antecedentes antes de dar un veredicto acerca de porqué ocurren el mundo es como es, y porqué pasan las cosas que pasan. Algunos autores como Max Weber o Ernest Nagel han tratado en profundidad este problema, sin demasiado éxito en mi opinión[1]. Los argumentos son bien convincentes, claro, pero no se profundiza demasiado en ellos. Sin hablar de quienes descartan de primera las raíces científicas detrás de la investigación social.
Más allá de las disputas acerca de la validez científica del estudio social, el hecho es que existen tales ventajas. Según el viejo buen Weber, estas consisten en la capacidad del hombre para comprender el sentido de las acciones de otros hombres. Pero mi intención va más lejos de esta noción clásica.
La ventaja oculta de las ciencias sociales está en la imaginación que existe en todo ser humano para crear situaciones. Lo que no llevo a comprender es qué lleva a los académicos a rechazar estas fuentes tan valiosas, si en las ciencias naturales no faltan los casos en que las ideas se alimentan indirecta o directamente del mundo de las creaciones. ¿Existirían los viajes espaciales si Julio Verne no los hubiera planteado como posibilidad en De
Lo que hace lamentable el poco uso actual del arte como forma de representación de la humanidad, del decreciente respeto que obtiene en los círculos académicos. Un poco de culpa la tiene el arte mismo, que aleja del papel crítico y prefiere la metarreferencia. La literatura, el cine, la pintura, son todas formas en que muestran la condición humana. Pero llegando más lejos, la creación tiene el poder de predecir lo que está por suceder, o incluso de lo que nunca llegó a suceder. Tomemos por ejemplo El hombre en el castillo, novela cumbre de Phillip K. Dick. El autor imagina un mundo bajo la hipótesis de que el “Eje del mal” ganó la segunda guerra mundial. ¿Cómo sería un universo en el que la dominación la ejercen los alemanes nazis y los japoneses? Dick confecciona su propia realidad con una nitidez impresionante, con hasta el último detalle cubierto.
El arte permite imaginar condiciones de existencia en la que los elementos que se conjugan son distintos a los ocurridos en la historia, y también formular posibles explicaciones para eventos del pasado. Este poder para crear escenarios ficticios, en lugar de tener que depender del experimento controlado (que por muchas razones puede considerarse mítico) debería ser la carta de triunfo para la sociología. Pero no se toma en cuenta; se prefiere estudiar a la obra como resultado de un contexto específico, o en otras palabras, se preocupa por lo que la obra puede decirnos del contexto en que se originó, en vez de lo que puede decirnos por sí misma.
Para terminar, me gustaría mandar un mensaje a los expertos y aspirantes a expertos en ciencias sociales: lean más novelas, vean más películas, vayan a los museos. Se sorprenderían con lo que pueden encontrarse.
[1] Me declaro culpable de aún no haber leído La imaginación sociológica de C. Wright Mills. A menos que estemos frente a un caso de título engañoso, que sobran al hablar de libros de sociología.
3 comentarios:
Una vez le sugerí al profesor de sociología de la globalización que se podían incluir en el programa del curso lecturas de algunas novelas. Me miró con algo de desprecio y me dijo que eso estaba bien para cursos electivos, no de gente más especializada (o sea, nosotros, los del curso en sociología).
Ahí está, el perfecto ejemplo de la sociología levantado a status de intocable, por los académicos que se obsesionan en ser los mentor del conocimiento social. Como si el hecho de que alguien más tenga que decir acerca del mundo nos desprestigiara como especialistas en vez de enriquecer nuestra visión, como si quien no conoce los famosos códigos no está permitido de entrar en el club.
Por supuesto que hay ejemplos de lo opuesto. Hace poco, vitrineando en Amazon, me encontré con un liro en donde los autores trataban de explicar los fenómenos contraculturales analizando películas salidas en los últimos 20 años. Chanta poh.
¿A la sociología? Si, le falta demasiada imaginación. Hoy, aun hoy en día, no se por que razones exclusivas, sigue pretendiendo cierta formalidad de abstracción. Podría ser por el ímpetu de muchos sociólogos por dar a la disciplina una posición firme dentro del campo de las ciencias, o quizás por intentar mantener el ethos o phatos, voluntad o deseo del paradigma con el cual la disciplina se auto-identifica: la modernidad.
La sociología entra en una nueva crisis –¿No lo ha estado siempre? Cuando muchos comienzan a hablar de posmodernidad y a atacar las cláusulas del Ancien Régime de la Modernité, otros muchos se abalanzan escandalizados intentando salvar algún resabio del proyecto de la trascendencia, el progreso y la libertad humana universal. Incluso desde las mismas ciencias duras se alzan alaridos. Sokal (físico), por ejemplo, con sus Imposturas Intelectuales, denuncia el trato inapropiado que dan filósofos e intelectuales franceses –Deleuze, Baudrillard, Lacan, entre otros –a conceptos de su disciplina y ciencias duras en general. Desde su propio paradigma Sokal denuncia la aplicación de conceptos inapropiados o que rompen las leyes del método por otras disciplinas que se alejan o establecen diferencia con la modalidad científica ortodoxa.
Muchos son acusados de falta de prolijidad en sus métodos, o de falta de objetividad o de seriedad científica por incluir poesía, literatura, pintura o incluso “sentido común” dentro de las lógicas de la teoría y su creación. Pareciera que dentro del campo de las ciencias sociales (apropiado también para toda la ciencia) aquellos mejor posicionados quisieran mantener fuera de su esfera aquellos aspectos desterritorializadores y descodificadores. Sería absurdo aceptar dentro de la teoría sociológica corrientes como la filosofía taoista o tántrica, o hermenéutica esotérica, o animismo de la amazona. Eso es el objeto a explicar más que herramientas mismas de experimentación para crear lo social.
Los teólogos del orden social, los sociólogos (como los sacerdotes en su tiempo), a pesar de su gran capacidad para dar sentido, aun se les chorrea por todos lados de su maquina abstracta las superficies del mundo. A los espíritus libres, monarcas de su propia piel, les corresponde el deseo de navegar por lo que se fuga, no para incluirlo dentro de la axiomática de la organización, sino para crear las circunstancias o acontecimientos deseados.
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