En homenaje a Cracked, haré mi propio top 6. Parte del homenaje incluye convertirse en un escritor de Cracked, lo que no es tan difícil considerando que tienen su propio making-off. Y como sus artículos son reafirmaciones constantes de lo zorrientas que son las ciencias naturales, los usaré para ahondar en lo que a las ciencias sociales les falta para ser más mejores:
#6. Las ciencias sociales no son EXXXTREEEEEEMAS
Durante mucho tiempo, las discusiones académicas nos han hecho creer que la virtud de las ciencias naturales se encuentra en la fiabilidad absoluta de su ejecución y resultados, en la posibilidad de originar una verdad absoluta única y respetada.
Lo cual es una puta mentira. Las ciencias naturales consisten en perforar misiles Stinger con rayos láser, inventar formas prístinas de alucinógenos, y de ser tan macho como para clavarte un catéter en tu jodido corazón. Hasta que las ciencias sociales no encuentren un equivalente a hacer explotar cosas, dudo que el interés general sea mucho.
Como cambiar:
Desde ese lado, admiro a los psicólogos, por ser los únicos en ir tan lejos. Me refiero a la edad de oro del experimento psicosocial, del Estados Unidos de los años 50 y 60, donde la necesidad de tener una población cohesionada dio pie a un interés digno de la física cuántica, y nadie sabía de mariconadas tales como “factor ético” o “convención de Ginebra”. Ejemplo clásico es el experimento de Milgram, que simulaba una situación de tortura, y de cómo el sujeto estaba dispuesto a meterle corriente a Fulanito porque un tipo con autoridad (i.e. bata blanca) se lo pedía. Lástima que los mamones de DDHH arruinaron la fiesta para todos.
Todavía tenemos esperanza en la rama de la etnometodología. Este enfoque de las ciencias sociales se basa en el supuesto de que todos los seres humanos tienen un sentido práctico con el cual adecuan las normas de acuerdo con una racionalidad práctica que utilizan en la vida cotidiana. Los experimentos etnometodológicos consisten en la ruptura de la racionalidad práctica por medio de anomalías en el sistema-vida cotidiana: en términos sencillos, una Cámara Escondida con peso teórico. Peso teórico EXXTREMO.
Las posibilidades de la etnometodología son infinitas. Bastará con que me invente los títulos de hipotéticos estudios:
- “Repercusiones en la compra de bienes ordinarios bajo la presencia de tigres salvajes en establecimientos”.
- “Efectos de la imposición del Canopy como medio de transporte urbano”.
- “Reacción sociocultural ante la ejecución del Pato Yañez entre los pobladores de
#5. Las ciencias sociales no se la juegan (o al menos no lo presumen)
Décadas de ver películas gringas han dejado como lección que los científicos (y los artistas) son gente apasionada, que harían todo por cumplir sus sueños (aún con Jennifer Conelly de por medio) y que en general son personas de las que cualquier padre cowboy podría estar orgulloso.
¿Y los estudiantes de la sociedad? Viven vidas tranquilas, aburridas y poco llamativas. Hasta los arqueólogos se divierten más. Y eso ya es decir mucho.
Como cambiar:
Aquí tenemos potencial de sobra para estar a su altura: Los antropólogos conviven con tribus donde un gesto mal interpretado significa la castración inmediata (¿todavía hacen eso los antropólogos? Perdonen mi ignorancia); los psicólogos, al menos una parte, trata a diario con tipos que usan su caca como tinta y su esfínter como lapicero, y juran que Jehová les prometió el paraíso a cambio de un saco lleno con riñones de recién nacidos; los sociólogos pasan meses y hasta años paseándose en zonas que la gente promedio no entraría, usando sus términos coloquiales, “ni aunque me corten una teta”.
El problema es que las ciencias sociales no saben presumir. Si toda la pega aquí nombrada se pasa por alto, es porque: a) No son tan mediáticos; y b) los periodistas se llevan todo el crédito. Sugiero como alternativa que el Presidente Mundial de las Ciencias Sociales destine fondos para financiar espacios televisivos: policiales de aguerridos sociólogos, realitys en Timbuctú, y solo por hueviar, una versión chilena de Frasier (me gustaba ese programa y qué tanto).
#4. Las ciencias sociales no se mezclan bien con la ficción (o al menos no lo han tratado lo suficiente)
No es raro hablar de la relación entre ficción estudios sociales, de cómo por medio de la interpretación sociológica o antropológica o psicológica nos pueden revelar un mundo de detalles acerca de las motivaciones de personajes, las intenciones que pudo haber tenido el autor, o los significados de hacer lo que sea que hizo en su novelita.
¿Y que dice la ciencia natural? Nada. Bueno… con la salvedad de forjar su propio género. Probablemente el más importante del siglo XX. Y que hasta hoy esa mezcla entre imaginario pop y ciencia es inseparable.
Como cambiar:
En este caso quizás se trate de rescatar lo ya hecho. Existe toda una gama en la ciencia ficción, que es conocida como ciencia ficción “blanda”, bautizada así en honor a que sus autores trabajan con las ciencias sociales. Existen autores donde que aplican la “blandeza” con bastante dureza, como John Brunner o Ursula Le Guin. Pero una cosa es que existan, y otra es que Brad Pitt protagonice la versión fílmica.
Aquí confío más que nada en el constante bloqueo de ideas que Hollywood ha sufrido durante la última década. En algún momento encontrarán esas historias escondidas, pensarán en cómo masacrarlas con correcciones, y harán detestables campañas publicitarias para asegurarse de que las tapas de water con el logo de Todos sobre Zanzíbar estén disponibles para todos.
Y voy a decirlo aunque me cueste la vida (y la dignidad): uno de los más geniales sociólogos del siglo XX debió haber sido Phillip K. Dick.
(continuará...)
1 comentario:
Creo que ya habíamos comentado una vez sobre la abundancia de series de televisión basadas en médicos y abogados y la evidente necesidad de hacer una basada en sociólogos. de hecho tú sugeriste el nombre: la jaula de hierro.
Podría ser una serie pa minas, con un protagonista mino que les caliente la sopa, o un reality (tiene más nombre de esto último).
Quizá así conseguimos el prestigio que nos han negado durante los últimos años.
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